El lugar de donde nos visita, ¿existe?

28 de octubre de 2010

el olvido

La tierra escupe el olvido que se siembra en ella, los árboles forman frutos que se nutren de lágrimas vacías y saladas. Vuela el ave que corta el día en noche y llama al silencio entre suspiros. Ríen las ramas en ese silencio, mientras se les escapan las hojas irónicas que forman torbellinos y desertan al árbol que se ha quedado solo, con la tierra que ya lo exilia, porque ya es un árbol olvidado por sus hojas.

25 de octubre de 2010

cómo te extraño mar

La función del arte/1
 

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.

Viajaron al sur.

Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.

Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.

Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
 

-¡Ayudame a mirar!

Eduardo Galeano.

 

La inmensidad en movimiento. ella en movimiento. Todo lo que ella estaba inmóvil, en movimiento. Jugaron palabras de sorpresa en sus labios al ver el mar por primera vez, mas al preguntarle sus tíos qué le parecía el espectáculo, dijo con aire de huera importancia: "¡Me lo sabía de memoria en fotografía!..."

El viento palpitante le agitaba en las manos un sombrero rosado de ala muy grande. Era como un aro. Como un gran pájaro redondo.

Los primos, con la boca abierta y los ojjos de par en par, no salían de su asombro. El oleaje ensordecedor ahogaba las palabras de sus tías. ¡Qué lindo! ¡Cómo se hace! ¡Cuánta agua! ¡Parece que está bravo! ¡Y allá, vean..., el sol que se está hundiendo! ¿No olvidaríamos algo en el tren por bajar corriendo?... ¿Ya vieron si las cosas están cabales?... ¡Hay que contar las valijas!...

Sus tíos, cargados con valijas de ropas ligeras, propias para la costa, esos trajes arrugados como pasas que visten los temporadistas; con los racimos de cocos que las señoras arrebataron de las manos de los vendedores en las estaciones de tránsito, sólo porque eran baratos, y una runfia de tanates y canastas, se alejaron hacia el hotel en fila india.

-Lo que dijiste, yo me fijé... -habló por fin uno de sus primos, el más cantillón. (Un golpe de sangre bajo la piel acentuó el color trigueño de Camila con ligero carmín, al sentirse aludida.) Y no lo tomé como lo dijiste. Para mí lo que tú quisiste decir es que el mar se parece a los retratos que salen en las vistas de viajes, sólo que en más grande.

Camila había oído hablar de las vistas de movimiento que daban a la vuelta del Portal del Señor, en las Cien Puertas, pero no sabía ni tenía idea de cómo eran. Sin embargo, con lo dicho por su primo, fácil le fue imaginárselas entornando los ojos y viendo el mar. Todo en movimiento. Nada estable. Retratos y retratos confundiéndose, revolviéndose, saltando en pedazos para formar una visión fugaz a cada instante, en un estado que no era sólido, ni líquido, ni gaseoso, sino el estado en que la vida está en el mar. El estado luminoso. En las vistas y en el mar.

Con los dedos encogidos en los zapatos y la mirada en todas partes, siguió contemplando Camila lo que sus ojos no acababan de ver. Si en el primer instante sintió vaciarse sus pupilas para abarcar la inmensidad, ahora la inmensidad se las llenaba. Era el regreso de la marea hasta sus ojos.

Seguida de su primo bajó por la playa poco a poco -no era fácil andar en la arena-, para estar más cerca de las olas, pero en lugar de una mano caballerosa, el Océano Pacífico le lanzó una guantada líquida de agua clara que le bañó los pies. Sorprendida, apenas si tuvo tiempo para retirarse, no sin dejarle prenda -el sombrero rosado que se veía como un punto diminuto entre los tumbos- y no sin un chillidito de niña consentida que amenaza con ir a dar la queja a su papá: "¡Ah... mar!"

Ni ella ni su primo se dieron cuenta. Había pronunciado por primera vez el verbo "amar" amenazando al mar. El cielo color tamarindo, hacia el sitio en que se ocultaba el sol completamente, enfriaba el verde profundo del agua.


Miguel Ángel Asturias. (adivine de dónde lo saqué)

19 de octubre de 2010

exilio

el salvadoreño se sienta
solo en la oscuridad
y piensa:

que su país se suicida a diez muertos por día
mientras el derrama una patética lágrima
en una noche adelantada tres horas de distancia.

7 de octubre de 2010

taxicab confessions

Hace un par de muchos meses, allá por abril (ni que hubiera pasado tanto tiempo), cuando todavía vivía en san telmo, cuando todavía tenía tres grandes amigas de neuquén y no sólo una (aunque he conocido a más gente de dicha provincia), tomé un taxi a las tres de la madrugada en alguna calle de caballito para irme a casa. esperar el colectivo es una de esas cosas que me puede causar demasiada ansiedad y molestia, sobre todo cuando el truco de encender el cigarrillo para que pase no funciona.

Así que paré el taxi, después de estar cuarenticinco minutos en la parada como un idiota, pensando las cosas más paranoicas (quién es ese que está cruzando; qué es esa sombra que está a tres cuadras; quién es aquel que viene para acá se está acercando más ¿debería cruzar la calle? uf pasó de largo pero ahí viene otro y ese que viene no es mi colectivo y listo voy a caminar hasta algún kiosko cerca para que no me pase nada). Me subí y le di la dirección. En algún momento entabló el conductor conversación conmigo (porque no recuerdo haber entablado yo conversación con él) y me empezó a contar detalles de su vida, que en resumidas cuentas era algo así:

"Tengo un título en administración de empresas y sé hablar cuatro idiomas: español, inglés, italiano y portugués. Viví en Inglaterra y Barcelona gran parte de mi vida y ahora estoy viviendo acá. No es que no tenga ofertas de trabajo, pero no voy a trabajar por un sueldo tan bajo con el perfil que tengo. Encima que me entrevistan chicos de unos veintitantos años que no saben nada. Prefiero vivir de taxista, escojo mi horario y trabajo lo que quiero. Si trabajo unas dieciocho horas tengo una buena calidad de vida, es decir, llego a mi casa, como bien, la coloco un rato si mi señora me lo permite, y tengo plata".

Cuando me bajé no sabía si decirle adiós o lo siento, pero espero haber escuchado mal y que en realidad dijo ocho vez de dieciocho. Los taxistas son raros; de alguien escuché alguna vez que la mejor forma de informarte sobre una ciudad es a través del taxista. Siempre terminan contándome sus historias, no sé si porque parezco estar interesado, si porque soy extranjero o lo hacen con todo el mundo. Uno me contó que una vez tuvo que pedir dinero en la calle por la pobreza en que vivía, pero que logró, finalmente, conseguir su actual trabajo. Otro me contó cómo es la dinámica del empleo: uno alquila el taxi por una cierta cantidad de horas y todo lo que gana en ese tiempo es suyo; o bien puede tener su propio automóvil y trabajar para una empresa (ahí no sé bien cómo es porque el que me lo contó alquilaba). El carro se puede alquilar por ocho, doce o dieciocho horas, según recuerdo.

En algún momento consideré que sería interesante ser taxista, pero la verdad preferiría ser remisero o hacer realidad mi sueño de manejar un camión y recorrer américa por carretera.

5 de octubre de 2010

3am

Afuera, el vecino del quinto teniendo sexo.
Adentro, la gata en celo que ronronea, abraza mis zapatos, tiene fiebre y llora todo el tiempo.
En la cama, acostado viendo el techo, veo cómo las horas se escapan lentamente y el tiempo, que tanta falta me hará cuando vaya camino al trabajo, se estanca en medio del humo del cigarrillo, el silencio y la indiferencia frente a tanto vacío.
Hasta que alguien me llama por teléfono.