¿Qué voy a hacer con la culpa? ¿Dónde la voy a guardar?
No hay basurero donde quepa, ni chimenea que la pueda quemar. No existe río que se la pueda llevar en su cauce, ni barranco que la guarde en su abismo. Mi cobardía es ahora doble: no puedo enfrentar el pasado ni su presente culposo. Y de ambos huyo, de ambos escapo; tanto he corrido que ahora no puedo parar.
¿Qué voy a hacer con la culpa? No se puede consumir, por más cigarrillos que fume. Tampoco sudar, por más ejercicio que haga. Sólo puedo pretender que no la llevo encima: olvidar que hay un enano gris sobre mis hombros susurrándome que di la espalda al sino y a causa de eso maté a quienes abandoné. Siempre me contará lo que pudo haber sido, lo que no fue por no atreverme a dar la cara.
¿Qué voy a hacer con la culpa? No tengo nadie a quién dársela, no tengo quién pueda ayudarme a arrastrarla. “No sabes lo que pesa un muerto” le dijo su abuelo a García Márquez. Pero sí hay algo que pesa más: los que aún viven. Es como si la tuviera en la mano y no pudiera soltarla, es una bola negra y viscosa que poco a poco se pega y me consume, comienza a tragarme hasta que me cubre de una capa también negra y viscosa, sin dejarme respirar. Sofoca pero no mata; sabe que la muerte sería dulce, sería expiación y libertad, la mejor escapada, la meta del cobarde que está huyendo.
¿Qué voy a hacer con la culpa?