había una vez un gato que estaba enamorado de la curiosidad y una curiosidad que no estaba enamorada de un gato. el gato buscaba a la curiosidad día a día pero la curiosidad le daba la espalda y no atendía a los poemas que el gato le escribía, dejando que el viento se los llevase como hojas de otoño. pero el gato, haciendo uso del dicho que reza El que persevera alcanza, insistía todos los días y le llevaba canciones y le hacía bailes eróticos, para el deleite de muchos vecinos pero para la incomodidad de la curiosidad.
un día de aquellos, el gato estaba bailando con especial ahinco; bailó y cantó como nunca antes, siendo cada paso una reproducción sublime del verso que recitaba. en las caderas del gato encontró la curiosidad ese movimiento hipnótico que antes la hizo querer devorar a todos aquellos gatos que mató. decidida, decidió corresponderle su amor, pero cuando saltó del balcón hacia la calle a tragárselo como la sombra en el callejón de la esquina, se encontró con un gato muerto.
sin darse cuenta, en un rincón al otro lado de la cuadra estuvo ella observando el baile, los poemas, en fin, las lágrimas hechas palabra y movimiento. segundos antes de que la curiosidad se arrojase vorazmente, la soledad mató al gato.
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