A Ariel, que la extraña.
Allá, donde se escucha el silencio
de los pericos cantando mientras vuelan
verdes y veloces por la calle.
El silencio de mis amigos,
que hablan de recuerdos para reir y llorar.
Las voces que me insultan,
las voces que me quieren,
las voces que me aceptan.
En ese lugar
con mediodías hirvientes y medianoches congelantes,
ahí donde conocí el olor del asfalto
el sabor de la lluvia en la mañana
y la visión del actuar de un amigo.
Hogar acogedor,
con árboles abrazantes
que le dan sombra a mi espalda quemada,
te extraño.
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